6/05/2012



El socialismo cubano: el debate de la nación

La democratización de una sociedad no puede darse sin una amplia base participativa en los procesos de socialización de los medios de producción y de consumo, de los instrumentos específicos y orgánicos de saber para cada quien, de los medios y estructuras de legislación, administración y la toma de decisiones. La democratización no hace referencia a un tipo de democracia consolidada, en el sentido de un procedimiento que ha de partir de una relación negativa con los organismos socio-económicos que han aparecido en la historia. Ella constituye el auténtico régimen político de una sociedad donde la esfera de lo público se convierte en un espacio real y virtualmente dinámico, abierto e incluyente que pertenece a todos, o en potencia puede pertenecer a todos: está efectivamente abierta a la participación de todos. 
La democracia en un socialismo democrático es su contenido político por excelencia: ese socialismo tiene hoy el reto más grande de su historia: mostrar a través de su propia encarnación la capacidad histórica para dialogar con un complejo mundo en la era de la globalización, signado por la diferencia cultural y el pluralismo ideológico-cosmovisional en el sistema- mundo capitalista.
El fantasma insoportable de la tradición socialista no radica, en el temor libidinal que supone la toma del poder político, ni en la violencia fundadora de la revolución y tampoco en la teoría del partido obrero vinculado a la dictadura del proletariado y el centralismo democrático. Radica en la incapacidad política e históricamente comprobada de no lograr en el sistema que funda una existencia no-represiva y realmente efectiva en cuanto desenvolvimiento de la heterogeneidad social. ¿Cómo es posible que el socialismo histórico haya tenido siempre un currículum político en que se ha priorizado apagar las fuerzas democráticas y revolucionarias que ella misma engendra? Esto es precisamente el movimiento de la reacción existente en una sociedad que continúa funcionando capitalísticamente. El socialismo histórico no generó ningún modelo ni práctica alternativos en cuanto a qué hacer en el momento que la revolución produce una generación que al mismo tiempo la niegue y la afirme, cuando aparezcan en el proceso fuerzas revolucionarias que están dispuestas a continuar el proyecto social socialista.
en Cuba esta discusión debería aterizar, quizás superando las múltiples barreras existentes en el plano de la ideología. Puesto que esta discusión si quiere ser problematizadora, y de paso aportar a solución de los problemas, no le cabe sino de aquirir la capacidad de ejercer una articulación dialéctica de lo local y lo nacional, donde los elementos del municipio se convierten también en la base de mando, administración y participación efectivos de la Nación. Las múltiples causas que traban la cosa política radican en un conjunto de prácticas políticas que han tomado cuerpo de ley no escrita y de estructuras de organización que se han tornado totalmente inoperantes para la dinamización de la sociedad. No es sólo la burocratización de las estructuras Partido, Estado y Poder Popular, sino también la burocratización de las demás organizaciones de la sociedad civil, los organismos de dirección y administración del Estado. Es la creciente despolitización de las organizaciones civiles y de masas, asociadas a un conjunto de prácticas inmovilistas y antiintelectualistas.
Nuestro pueblo no exige únicamente que los medios de comunicación masiva ejerzan una crítica de la sociedad. Los medios masivos de información debe convertirse en medios efectivamente públicos, culturales y democráticos capaz de informar conocimientos y saberes, al tiempo que también se convierten en espacios informativos y propositivos del poder comunal, del poder popular y del poder político manifiesto en sus organizaciones, asociaciones y sectores diversos de la sociedad. Debe consolidarse un espacio de debate crítico y sostenido, de socialización de todos los debates colectivos promovidos por el propio Gobierno, pero también por el pueblo. En la televisión, como la radio, las publicaciones, debe existir una participación democrática en el sentido de que participen libre y orgánicamente todos los sectores de la sociedad y todas las áreas especializadas y pertinentes. El espacio de los medios de comunicación social, conjuntamente con los espacios culturales de publicaciones, debates y conferencias se deben convertir en zonas de acceso global a la información sobre la situación nacional e internacional sobre la base de una pluralidad de métodos y saberes. Entre la doble moneda y la doble moral, entre los bajos salarios y los altos precios, la exaltación desmedida y servil por parte de los cubanos dentro y fuera de las instituciones a los extranjeros frente a la discriminación a los propios cubanos, entre la alta demanda participativa en el espacio de la economía -y la política- y la creciente restricción por parte de las estructuras de dirección de la sociedad, el cubano se debate a sí mismo y en sociedad para garantizar un mínimo de dignidad humana en condiciones de supervivencia.
Las estrategias de lucha cotidiana para burlar las cuerdas restrictivas del poder estatal y las estructuras represivas del poder imperial han reconfigurado y modificado no sólo la infraestructura de esta sociedad sino también su cultura espiritual y eticidad política. No hay nada más insólito desde un punto de vista político y moral, para la comprensión de la Revolución Cubana, que ver como un pueblo, entregado conscientemente al sacrificio colectiva e individualmente; y, sobre los pasos y sobresaltos de decenios de rectificación y evolución, permanecer aún en un sistema socioeconómico de exclusión y desocialización de las relaciones de propiedad y de producción, de sustracción de un poder popular participativo en clave democrática, y para colmo, depender cuasi-absolutamente de la bondad indubitable e infinita de un Estado providencial y asistencial en franca crisis.
Lo que el pueblo demanda, comprometido consigo mismo, con la vida personal que cada uno de nosotros tenemos como sujetos reales y una vida colectiva que llevar y resolver entre todos, no es más que la inclusión efectiva y la socialización democrática de las relaciones de propiedad y producción, de poder real y  de conocimiento, sobre la base de una revisión crítica y profunda del funcionamiento estructural de la sociedad cubana. Las prácticas hipercentralistas, inmovilistas, dirigistas, populistas, tribunarias y voluntaristas, exigen una transformación del estado político de la sociedad civil, de cómo los gobernantes y los gobernados se vean las caras en la esfera pública y se distribuya el poder sobre la base de la responsabilidad y el deber colectivos.
Las problemáticas son múltiples: pero lo importante es cómo resolverlas y quién las resuelve. De todos modos es válido mencionar algunas, que ni siquiera son las más importantes: la falta de participación real de los trabajadores y el pueblo en la discusión de los problemas y la toma de decisiones en todos los niveles de la sociedad. La ausencia del debate popular de este mismo pueblo en torno a las reflexiones políticas sobre documentos concernientes a la vida política y económica nacional que emergen de la misma base social y no solo los que se firman desde los buróes del poder central, en el espacio ampliado de la prensa, la radio y la televisión cubanas. La imposibilidad de que intelectuales cubanos realmente comprometidos con el proyecto socialista de la nación puedan publicar y socializar el conocimiento para la propia sociedad; que éstos y el conjunto de los demás trabajadores de la nación poder hablar con una máxima transparencia sobre las plurales dinámicas del proceso socio-histórico de la Revolución Cubana. La anulación de determinadas posiciones intelectuales y populares en general, a partir de predeterminadas -y muchas veces dudosas- posiciones oficiosas. La imposibilidad de un diálogo real y sostenido, de una discusión seria y serena, basada en el análisis científico combinado con las lógicas plurales de los saberes populares, entre los intelectuales y profesionales de la nación y los políticos encargados de la administración y la dirección colectiva de la sociedad.
Tales problemáticas constituyen trabas muy graves que están postergando la profundización y concretización del socialismo en Cuba. Un proyecto de esta magnitud tiene que ponerse en vivo y en directo en la escena pública, no puede diferirse en un porvenir próximo sin pasado reciente. Tales problemáticas, el pueblo cubano, las piensa y las discute, quiera o no quiera; porque en una sociedad tan porosa y compleja como la nuestra, con un alto grado de cultura política revolucionaria, es imposible pasar por alto algo tan importante como el destino de la nación.
Mientras no hablemos de un socialismo realmente practicable en la praxis individual y colectiva de los sujetos, porque debe su existencia a un inmenso movimiento de múltiples sujetos que se hacen capaces  de soportar un proyecto de sociedad con su carne y su sangre, no podemos tampoco darle luz larga a la utopía revolucionaria sostenida dramáticamente por el socialismo real en sus 150 años de proyección y realización histórica. El socialismo realmente existente solo puede realizarse a través de las fuerzas utópicas en la imaginación política y poéticas de las gentes, de la capacidad crítica y de las estrategias constructivas de los saberes científicos y populares. Tendría que ser capaz de remover toda la tierra sedimentada, reconstruir las fallas dislocadas, recultivar los campos baldíos, trazar nuevas medidas en la configuración de nuevos mapas que no se hagan jirones en las manos de un emperador, para asaltar nuevamente el cielo en el siglo XXI.
La revitalización del proyecto socialista pasa por la cuestión básica de la toma del poder político como capacidad real de gestión social y cultural de los trabajadores e intelectuales, es decir, por la capacidad real y efectiva de ejercer el poder con autonomía individual y autonomía colectiva en un marco de relaciones democráticamente socialistas. En la Cuba de principios del siglo XXI, esto significa efectuar concretamente la transferencia democrática, paulatina y cogestionada en el marco de una negociación pacífica y dialógica entre el Estado y la sociedad civil, del poder cuasi-estático y cosificado de la burocracia congestionada y el poder concentrado y dolarizado de la tecnocracia gerencial hacia las manos de los trabajadores, obreros y campesinos, y los intelectuales, profesionales y estudiantes de nuestra nación.
Pero esta transferencia devenida en paso afirmativo no de una transición “democrática” hacia el capitalismo, sino de una transformación socialista propia de una revolución permanente, no puede, y de hecho, no va a ser sólo una garantía exclusiva del liderazgo histórico de nuestra Revolución. Mucho menos de otros que, detentando el poder, no tienen el mínimo interés en efectuar un cambio más profundo en la socialización democrática y participativa que exige nuestro proyecto de sociedad. Se trata más bien de una lucha constante, cotidiana, dolorosa, que efectúen estos mismos sujetos, los que han perdido y tiene mucho que ganar, los que han sido vencidos, pero van ganado conciencia de porqué han sido vencidos, los que tienen y ganen el suficiente capital simbólico para comenzar a intervenir en un espacio público en formación. De una lucha con el mínimo de resentimiento, pero con toda la valentía y el tino que se pueda, para practicar de nuevo una revolución desde abajo, y desde arriba, y en todos los quicios, rincones y espacios que han sido asfixiados por aquellos que creen, o sencillamente practican, el poder político como arte de la dominación, y no como praxis constitutiva de una autonomía colectiva e individual en clave socialista.  

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