El socialismo: un gran movimiento de cultura
La pregunta aquí continúa siendo la misma que se planteó la militancia
crítica de la tradición moderna durante todo el siglo XX: cómo se puede generar
una cosmovisión cultural ampliada que beneficie y cambie la vida a los sujetos
en su experiencia de vida cotidiana. Pero la cuestión es que realmente aquellos
que se lo propusieron en los inicios del siglo XX, como parte de la vanguardia
cultural del modernismo europeo, no lo lograron: los surrealistas y los
dadaístas. ¿Cómo evitar este amargo abismo entre la alta cultura[3] - expresión de la cultura universal y
humanista- y unas condiciones de vida perforadas por la marginalidad y la
exclusión social? La solución no puede ser convertir a los sujetos que viven en
condiciones marginales en cubículos depositarios de la alta cultura o de una
supuesta cultura elevada. La solución no radica en amplificar sobre el sujeto
una inmensa y aplastante información científico- cultural que oblitere por
completo las condiciones de apropiación en que los sujetos se encuentran para
recibir ese horizonte de saberes e informaciones, las condiciones en que se ha
articulado la experiencia de los saberes propios, y el horizonte de
expectativas que tienen los sujetos en cuanto a lo que reconocen como cultura.
Esta batalla del realismo utópico que implica una revolución cultural
en el orden y el mundo de la vida del sujeto histórico, no se resuelve tensando
o trenzando la cuerda entre la visión elitista y la populista. Y mucho menos
generando un pathos de autodefensa desde sus extremos. Las grandes problemáticas
que desafían a nuestra sociedad no se pueden combatir con elusiones sutiles de
intelectuales remilgados ni tampoco con silencios activos amparados en la
sonrisa sarcástica, generados por el elitismo intelectual[4].
No es precisamente la ironía mordaz, ni el sarcasmo resentido de héroe
sufriente los que salvarán los abismos que se interponen en las contradicciones
históricas de nuestra sociedad. En este sentido, se trata del amplísimo
contexto de una sociedad que posee miles de organizaciones e instituciones
civiles, las cuales imaginan y ejercen una forma complementaria y suplementaria
de la praxis política. Por eso, la batalla es múltiple en el campo de las
ideologías y de la construcción de la hegemonía, en donde hay que
plantearse además, una lucha permanente contra el resentimiento y el cinismo.
Los socialismos históricos han errado en la cuestión de que ya no los
sujetos pertenecientes a las clases oprimidas, marginadas, subalternas, sino
los mismos dirigentes de la militancia política, del gobierno y del estado no
han sido en su mayoría hombres formados cultural y profesionalmente. No se
trata de si han leído a Homero o a Thomas Mann, la poesía de Roque Dalton o la
novelística de Carpentier; sino sobre todo si se encuentran en la disposición
incorporada de ser hombres y mujeres abiertos al diálogo y al debate; no
instrumentalizado por intereses propios de clase o grupo social al margen del
resto de la sociedad con la cual incluso establecen cierto compromiso histórico
y político. Si se encuentran abiertos a una comprensión racional dinámica y
crítica de las relaciones sociales de poder y de saber, materiales y
espirituales de la sociedad en su conjunto. Si se pueden enfrentar al inmenso
desafío de saber y practicar honestamente su poder explícito con y dentro la
heterogeneidad cultural y de la complejidad de lo social. No se trata
estrictamente de una cultura libresca o letrada, sino de la posibilidad siempre
abierta de reconocer al otro como parte de sí y reconocerse como parte del
otro. La racionalidad política de una instrumentalización explícita de la
sociedad al encontrarse con la racionalidad dialógica de la cultura como
capacidad crítica y organizativa del sujeto histórico, sin dudas, genera
conflictos y contradicciones. La cuestión política radica en que tal desafío
que plantea la misma realidad en su complejidad, no puede quedar al margen de
una explicitación y confrontación de la realidad por los propios sujetos
implicados en una perspectiva socialista de resolución.
Ante el desafío cultural que debe plantearse un proyecto de sociedad
socialista, interviene otra cuestión de tanto peso como el impulso de una
revolución cultural: la cuestión ideológica. El socialismo ´”real” planteó la
centralidad de la ideología en el proceso de transformación de la praxis, pero
de paso cometió el error de remitirse a ella como recurso instrumental –no
cultural- y última definición que justifica la posición de un sujeto
dentro del proyecto, y que define el conjunto de su existencia dentro del
proyecto de la nación.
Y es que se fue estableciendo una oposición abstracta entre ideología
y cultura. De tal modo, mutatis
mutandi, la ideología pasó a ser el recurso estricto de posición para una
responsabilidad en el gobierno y la administración, mientras la cultura se
convirtió en el jardín en el que se paseaban los intelectuales y el aliviadero
de las pobres almas del proletariado. Estas dos problemáticas pendientes se revierten
y reproducen sobre la relación conflictiva y específica que existe entre el
campo de poder y el campo intelectual, entre el campo político y el campo
cultural. Sin embargo, la única relación productiva que puede existir entre
estos dos campos es aquella en que ambos logren un espacio ampliado para su
respectiva autonomía relativa.
Por otro lado, pero vinculado a la cuestión de la cultura, en el
socialismo como proyecto de socialización democrática no puede existir un
abismo entre educación y cultura. El capitalismo no tiene que plantearse la
pregunta del milenio: cómo dotar a millones de mujeres y hombres que nunca
serán “ricos” y de “buena cuna” con un horizonte ampliado y enriquecido de
cultura. La única manera que puede iniciarse este proceso de socialización a
largo plazo es con un proyecto educacional que logre incorporar contenidos de
una concepción ampliada de la cultura en un sentido democrático y crítico,
descolonizador y contrahegemónico respecto a las dinámicas dominantes del
capitalismo transnacional y neoliberal. Sólo de allí emergerá una nueva
cultura, donde Ernesto Guevara prefiguraba utópicamente al hombre nuevo.
¿Qué puede significar el
hombre nuevo en el socialismo, sino haber ganado la posibilidad de ser un
hombre culto y libre al mismo tiempo? Rosa Luxemburgo, paradigma de la lucha
contra el fascismo y el capitalismo, expresaba con lucidez que el socialismo no era una cuestión
de cuchillo y tenedor, sino un gran movimiento de cultura. Estas palabras,
hablan sobre lo mucho que hay que excavar y apropiarnos, de una vez y
consecuentemente, de un imaginario crítico y revolucionario en el marco de la
tradición y la cultura socialista y humanista. Desgraciadamente esta expresión
ha sido expoliada de su contexto original, y atrapada al vuelo por una
interpretación docetista y maniqueísta que no la ha comprendido cabalmente.
Desde luego, esta expresión que hasta ahora parece tomada al vuelo aparece en
un contexto de condiciones para la lucha política y la organización partidista
de la izquierda que no se puede desligar de tres elementos clave: la lucha
contra el fascismo y la desvirtuación de la socialdemocracia, el marco
organizativo de la Tercera Internacional y las definiciones estratégicas y
tácticas que debía alcanzar el movimiento comunista internacional respecto a
cómo avanzar hacia el socialismo. Concretamente en Reforma y Revolución, Rosa
Luxemburgo plantea la discusión –inconclusa hasta nuestros días- de la relación
específica entre el marco de definiciones tácticas y estratégicas de la
revolución y el objetivo final del socialismo.
Ninguna sociedad que justiprecie la dignidad humana se resuelve en una
posición estática de llegar e (im)plantar,
repartir lo que hay, y llenarse el vientre; sacudirse las manos y dar media
vuelta; pero sí de saber cómo utilizar los instrumentos para la sustentación y
conservación de la vida. La apropiación efectiva de la cultura en un proceso
histórico realmente existente, con su implementación y puesta en práctica por
las instituciones y los sujetos, su compleja y difusa circulación en el
imaginario instituyente de la sociedad, la capacidad de producirse,
distribuirse y consumirse en un sistema combinado de relaciones sociales,
políticas y recursos constituye el punto de partida para un necesario
posicionamiento crítico y sistémico frente al concepto de cultura. Sólo así
deja de habitar como entelequia y se convierte en un instrumento –quizás sutil,
pero tangible- de orden intelectual y práctico, y prácticamente inevitable, a
la hora de pensar el estado actual de la cosa pública.
La praxis histórica socialista, practicada por un movimiento comunista
de alcance mundial, desarrolló desde la teoría marxista un horizonte de
problemas y soluciones teórico-prácticas en relación a esta profunda tesis de
la centralidad de la cultura en el proceso de producción y reproducción de la
sociedad, de la significatividad y funcionalidad del recurso de la cultura en
la constitución de lo social. Es digno mencionar la teoría del fetichismo de la
mercancía en Marx, los estudios de Lenin acerca del Estado y la revolución, las
investigaciones socioculturales y estéticas de la Escuela de Frankfurt, la
perspectiva gramsciana de la hegemonía y sus estudios sobre la organización
cultural y la cultura popular, los estudios culturales de la Escuela de
Birmighan, los estudios culturales latinoamericanos, los estudios
contracoloniales y postcoloniales, la posición del Che Guevara en El socialismo y el hombre en Cuba,
las dinámicas y profundas experiencias de revoluciones socialistas, con sus
éxitos y fracasos, como la Revolución Bolchevique y la China Maoísta. La
tradición socialista, la cual urge para la actual generación estudiarla desde
una posible apropiación crítica y desde una visión de totalidad, constituye un
corpus teórico- práctico plural y secular de profundas implicaciones y
transformaciones en el imaginario colectivo y la praxis histórica de la
sociedad contemporánea. Al tiempo que estudiar con qué profunda visión y
apropiación, desde una tradición no marxista, pero desde una perspectiva
crítica, aparece en la concepción martiana de su ensayo Nuestra América y en un ampliado campo de
posiciones y definiciones en el pensamiento cubano y universal.
Si hemos de pensar seriamente una revolución cultural tenemos que
contar con un capital simbólico ampliado –con la capacidad de su organización y
producción- que nos permita ver cada vez más las posibilidades reales de
llevarla a cabo. Para esto, uno de los puntos arquimédicos es la institución
socialista de una praxis pedagógica revolucionaria; una praxis de socialización
del conocimiento basada en el diálogo y el debate, en la participación y la
transformación. No una institución burguesa que reproduzca una pedagogía
bancaria en las memorias rasas de alumnos autistas, ni una pedagogía de
trinchera que imponga sobre mentes silenciosas, el pacto invisible de una
ideología carismática, sin capacidad de explicitación de sus contenidos.
No hay que ser precisamente un afiliado de los estudios
postcoloniales, para que en esta hora de nuestra historia, nos demos cuenta que
el imperialismo, el capitalismo, y la burguesía transnacional sólo pueden
garantizar la efectividad de su hegemonía cuando las pautas sedimentadas y
consolidadas por un imperialismo cognitivo y ético se reproducen en las
prácticas y saberes de la vida cotidiana y en las políticas institucionales; en
el conjunto dinámico y difuso de las prácticas culturales. Es necesario partir
de un modo de apropiación de la cultura que no sea estrictamente contemplativo,
a fuerza de caer en una lógica ilusoria de indeterminación. El socialismo en un
proceso y un proyecto de sociedad que supone una alternativa civilizatoria
anticapitalista en el marco íntegro de un sistema combinado y ampliado de
nuevas relaciones sociales entre los hombres y las naciones que se producen
para una existencia cada vez más lograda en el mundo.
Se trata más bien de la cuestión básica de cómo emplear el cuchillo y
el tenedor, para sentarnos al banquete, distribuir adecuadamente los cubiertos
y los alimentos, tomarlos con la suficiente medida que permita que aquellos
alcancen para todos y para cada uno; y estos no se derramen y también alcancen
para todos y a cada uno, surtir bien las mezclas. Hacer el ruido pertinente con
los cubiertos y demorar el tiempo suficiente que garantice una digestión eficaz
y placentera. Se trata de que un movimiento amplio y crítico de cultura sólo es
posible cuando los sujetos partícipes de un proceso ganen cada vez más
concreción en la realización de su existencia, y alcancen cada vez más la
tierra firme ante el mar de contingencias que se experimenta inevitablemente en
la praxis histórica.
Se trata de repensar y, de hecho, ir organizando un nuevo modo de
practicar las relaciones de propiedad, y los modos de apropiación de los medios
de producción por parte de los sujetos; de practicar el poder, y las relaciones
de poder entre todas las instancias micro/ macro de la nación y la región, las
instituciones y entre los propios sujetos; de practicar los saberes, desde los
que se emplean en la academia y los centros de producción estratégica del
Estado y los gobiernos, hasta los que se producen y reproducen en la vida
cotidiana, Con una pertinente interrelación y combinación interdisciplinaria y
orgánica. De practicar la paciencia y la imaginación en función de crear y
negociar espacios y políticas de democratización del poder, la propiedad y los saberes
desde un horizonte de acumulación cultural que hemos ganado entre todos; porque
también lo hemos producido. Sólo así se puede comprender el socialismo como un
inmenso e intenso movimiento de cultura, que tiene como máxima prioridad al
sujeto como partícipe y artífice efectivo de una nueva dinámica
macro/micropolítica de organización social. Y esto implica la creación de una
nueva sensibilidad y formas culturales emancipatorias, así como una ética
permanente del reconocimiento y del diálogo capaz de sostener el esfuerzo de
una existencia cada vez más digna, autónoma y libre para el ser humano.
Es importante, entonces, partir del punto en el que se toma conciencia
de que pronunciar el mundo, implica el qué, el cómo, y el dónde pertinentes,
que me pongan en situación.
De qué socialismo hablamos en tanto programa político y proyecto de sociedad,
cómo emprender este proceso y dónde hacerlo, de manera que arraigue y por fin
se realice. Hablamos de un socialismo cuyo dictum es la socialización democrática de una
praxis política constitutiva de un sujeto de saber, capaz de ejercer cierto
poder a favor de su emancipación individual y colectiva. Su modus operandi constituye la empresa fundamental
donde hay que laborar, trabajar con manos fuertes y sabias, con un pensar
crítico e imaginativo. Su locus,
se inicia en la plaza, en el aula, en la casa, y en la calle, al mismo tiempo
que en un parlamento o en los despachos institucionales.
Notas
[3] Aquí hablamos
de alta cultura desde la relación establecida entre las poéticas de las
vanguardias artísticas y la praxis vital de los sujetos. Pero la cultura debe
ser vista en su totalidad dialéctica, los cual implica los procesos de
negociación e hibridación entre la cultura ilustrada, la cultura popular y la
cultura de masas, al mismo tiempo que como totalidad incluye la producción de
signos y valores que construyen los sujetos en los ámbitos de producción y
reproducción de sus prácticas sociales.
[4] En nuestra sociedad
hay una larga tradición crítica respecto a los modos específicos en que han
establecido y desarrollado las prácticas
antiintelectualistas. Sería también fructífero ver como se genera a nivel
de sentido común y de estructuras enquistadas, especialmente en el campo
intelectual, las prácticas de un elitismo
intelectualista que genera la
misma calidad de prejuicios en relación con el saber.
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