Sobre
el concepto de la historia
Walter
Benjamin
Traducción
de Jesús Aguirre. Taurus, Madrid 1973
*A 71 años de la muerte de Walter Benjamin
*A 71 años de la muerte de Walter Benjamin
Es notorio que ha existido,
según se dice, un autómata construido de tal manera que resultaba capaz de
replicar a cada jugada de un ajedrecista con otra jugada contraria que le
aseguraba ganar la partida. Un muñeco trajeado a la turca, en la boca una pipa
de narguile, se sentaba a tablero apoyado sobre una mesa espaciosa. Un sistema
de espejos despertaba la ilusión de que esta mesa era transparente por todos
sus lados. En realidad se sentaba dentro un enano jorobado que era un maestro
en el juego del ajedrez y que guiaba mediante hilos la mano del muñeco. Podemos
imaginarnos un equivalente de este aparato en la filosofía. Siempre tendrá que
ganar el muñeco que llamamos «materialismo histórico». Podrá habérselas sin más
ni más con cualquiera, si toma a su servicio a la teología que, como es sabido,
es hoy pequeña y fea y no debe dejarse ver en modo alguno.
2
«Entre las peculiaridades más
dignas de mención del temple humano», dice Lotz, «cuenta, a más de tanto
egoísmo particular, la general falta de envidia del presente respecto a su
futuro». Esta reflexión nos lleva a pensar que la imagen de felicidad que
albergamos se halla enteramente teñida por el tiempo en el que de una vez por
todas nos ha relegado el decurso de nuestra existencia. La felicidad que podría
despertar nuestra envidia existe sólo en el aire que hemos respirado, entre los
hombres con los que hubiésemos podido hablar, entre las mujeres que hubiesen
podido entregársenos. Con otras palabras, en la representación de felicidad
vibra inalienablemente la de redención. Y lo mismo ocurre con la representación
de pasado, del cual hace la historia asunto suyo. El pasado lleva consigo un
índice temporal mediante el cual queda remitido a la redención. Existe una cita
secreta entre las generaciones que fueron y la nuestra. Y como a cada
generación que vivió antes que nosotros, nos ha sido dada una flaca fuerza
mesiánica sobre la que el pasado exige derechos. No se debe despachar esta
exigencia a la ligera. Algo sabe de ello el materialismo histórico.
3
El cronista que narra los
acontecimientos sin distinguir entre los grandes y los pequeños, da cuenta de
una verdad: que nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido
para la historia. Por cierto, que sólo a la humanidad redimida le cabe por
completo en suerte su pasado. Lo cual quiere decir: sólo para la humanidad
redimida se ha hecho su pasado citable en cada uno de sus momentos. Cada uno de
los instantes vividos se convierte en una citation à l'ordre du jour, pero
precisamente del día final.
4
Buscad primero comida y
vestimenta, que el reino de Dios se os dará luego por sí mismo.
Hegel, 1807.
La lucha de clases, que no
puede escapársele de vista a un historiador educado en Marx, es una lucha por
las cosas ásperas y materiales sin las que no existen las finas y espirituales.
A pesar de ello estas últimas están presentes en la lucha de clases de otra
manera a como nos representaríamos un botín que le cabe en suerte al vencedor.
Están vivas en ella como confianza, como coraje, como humor, como astucia, como
denuedo, y actúan retroactivamente en la lejanía de los tiempos. Acaban por
poner en cuestión toda nueva victoria que logren los que dominan. Igual que
flores que toman al sol su corola, así se empeña lo que ha sido, por virtud de
un secreto heliotropismo, en volverse hacia el sol que se levanta en el cielo
de la historia. El materialista histórico tiene que entender de esta
modificación, la más imperceptible de todas.
5
La verdadera imagen del pasado
transcurre rápidamente. Al pasado sólo puede retenérsele en cuanto imagen que
relampaguea, para nunca más ser vista, en el instante de su cognoscibilidad.
«La verdad no se nos escapará»; esta frase, que procede de Gonfried KeIler,
designa el lugar preciso en que el materialismo histórico atraviesa la imagen
del pasado que amenaza desaparecer con cada presente que no se reconozca
mentado en ella. (La buena nueva, que el historiador, anhelante, aporta al
pasado viene de una boca que quizás en el mismo instante de abrirse hable al
vacío.)
6
Articular históricamente lo
pasado no significa conocerlo «tal y como verdaderamente ha sido». Significa
adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro. Al
materialismo histórico le incumbe fijar una imagen del pasado tal y como se le
presenta de improviso al sujeto histórico en el instante del peligro. El
peligro amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a los que lo reciben. En
ambos casos es uno y el mismo: prestarse a ser instrumento de la clase
dominante. En toda época ha de intentarse arrancar la tradición al respectivo
conformismo que está a punto de subyugarla. El Mesías no viene únicamente como
redentor; viene como vencedor del Anticristo. El don de encender en lo pasado
la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado
de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando
éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer.
7
Pensad qué oscuro y qué helador
es este valle que resuena a pena.
Brecht: La
ópera de cuatro cuartos.
Fustel de Coulanges recomienda
al historiador, que quiera revivir una época, que se quite de la cabeza todo lo
que sepa del decurso posterior de la historia. Mejor no puede calarse el
procedimiento con el que ha roto el materialismo histórico. Es un procedimiento
de empatía. Su origen está en la desidia del corazón, en la acedia que
desespera de adueñarse de la auténtica imagen histórica que relumbra fugazmente.
Entre los teólogos de la Edad Media pasaba por ser la razón fundamental de la
tristeza. Flaubert, que hizo migas con ella, escribe: «Peu de gens devineront
combien il a fallu étre triste pour ressusciter Carthage». La naturaleza de esa
tristeza se hace patente al plantear la cuestión de con quién entra en empatía
el historiador historicista. La respuesta es innegable que reza así: con el
vencedor. Los respectivos dominadores son los herederos de todos los que han
vencido una vez. La empatía con el vencedor resulta siempre ventajosa para los
dominadores de cada momento. Con lo cual decimos lo suficiente al materialista
histórico. Quien hasta el día actual se haya llevado la victoria, marcha en el
cortejo triunfal en el que los dominadores de hoy pasan sobre los que también
hoy yacen en tierra. Como suele ser costumbre, en el cortejo triunfal llevan
consigo el botín. Se le designa como bienes de cultura. En el materialista
histórico tienen que contar con un espectador distanciado. Ya que los bienes culturales
que abarca con la mirada, tienen todos y cada uno un origen que no podrá
considerar sin horror. Deben su existencia no sólo al esfuerzo de los grandes
genios que los han creado, sino también a la servidumbre anónima de sus
contemporáneos. Jamás se da un documento de cultura sin que lo sea a la vez de
la barbarie. E igual que él mismo no está libre de barbarie, tampoco lo está el
proceso de transmisión en el que pasa de uno a otro. Por eso el materialista
histórico se distancia de él en la medida de lo posible. Considera cometido
suyo pasarle a la historia el cepillo a contrapelo.
8
La tradición de los oprimidos
nos enseña que la regla es el «estado de excepción» en el que vivimos. Hemos de
llegar a un concepto de la historia que le corresponda. Tendremos entonces en
mientes como cometido nuestro provocar el verdadero estado de excepción; con lo
cual mejorará nuestra posición en la lucha contra el fascismo. No en último
término consiste la fortuna de éste en que. sus enemigos salen a su encuentro,
en nombre del progreso, como al de una norma histórica. No es en absoluto
filosófico el asombro acerca de que las cosas que estamos viviendo sean
«todavía» posibles en el siglo veinte. No está al comienzo de ningún
conocimiento, a no ser de éste: que la representación de historia de la que
procede no se mantiene.
9
Tengo
las alas prontas para alzarme,
Con
gusto vuelvo atrás,
Porque
de seguir siendo tiempo vivo,
Tendría
poca suerte.
Gerhard
Scholem: Gruss vom Angelus.
Hay un cuadro de Klee que se
llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si
estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están
desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá
ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado.
Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe
única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies.
Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo
despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus
alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le
empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que
los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que
nosotros llamamos progreso.
10
Los temas de meditación que la
regla monástica señalaba a los hermanos tenían por objeto prevenirlos contra el
mundo y contra sus pompas. La concatenación de ideas que ahora seguimos procede
de una determinación parecida. En un momento en que los políticos, en los
cuales los enemigos del fascismo habían puesto sus esperanzas, están por el
suelo y corroboran su derrota traicionando su propia causa, dichas ideas pretenden
liberar a la criatura política de las redes con que lo han embaucado. La
reflexión parte de que la testaruda fe de estos políticos en el progreso, la
confianza que tienen en su «base en las masas» y finalmente su servil inserción
en un aparato incontrolable son tres lados de la misma cosa. Además procura
darnos una idea de lo cara que le resultará a nuestro habitual pensamiento una
representación de la historia que evite toda complicidad con aquella a la que
los susodichos políticos siguen aferrándose.
11
El conformismo, que desde el
principio ha estado como en su casa en la socialdemocracia, no se apega sólo a
su táctica política, sino además a sus concepciones económicas. El es una de
las causas del derrumbamiento ulterior. Nada ha corrompido tanto a los obreros
alemanes como la opinión de que están nadando con la corriente. El desarrollo
técnico era para ellos la pendiente de la corriente a favor de la cual pensaron
que nadaban. Punto éste desde el que no había más que un paso hasta la ilusión
de que el trabajo en la fábrica, situado en el impulso del progreso técnico,
representa una ejecutoria política. La antigua moral protestante del trabajo
celebra su resurrección secularizada entre los obreros alemanes. Ya el
«Programa de Gotha» lleva consigo huellas de este embrollo. Define el trabajo
como «la fuente de toda riqueza y toda cultura». Barruntando algo malo,
objetaba Marx que el hombre que no posee otra propiedad que su fuerza de
trabajo «tiene que ser esclavo de otros hombres que se han convertido en
propietarios». No obstante sigue extendiéndose la confusión y enseguida
proclamará Josef Dietzgen: «El Salvador del tiempo nuevo se llama trabajo.
En... la mejora del trabajo... consiste la riqueza, que podrá ahora consumar lo
que hasta ahora ningún redentor ha llevado a cabo». Este concepto marxista
vulgarizado de lo que es el trabajo no se pregunta con la calma necesaria por
el efecto que su propio producto hace a los -trabajadores en tanto no puedan
disponer de él. Reconoce únicamente los progresos del dominio de la naturaleza,
pero no quiere reconocer los retrocesos de la sociedad. Ostenta ya los rasgos
tecnocráticos que encontraremos más tarde en el fascismo. A éstos pertenece un
concepto de la naturaleza que se distingue catastróficamente del de las utopías
socialistas anteriores a 1848. El trabajo, tal y como ahora se le entiende,
desemboca en la explotación de la naturaleza que, con satisfacción ingenua, se
opone a la explotación del proletariado. Comparadas con esta concepción
positivista demuestran un sentido sorprendentemente sano las fantasías que
tanta materia han dado para ridiculizar a un Fourier. Según éste, un trabajo
social bien dispuesto debiera tener como consecuencias que cuatro lunas
iluminasen la noche de la tierra, que los hielos se retirasen de los polos, que
el agua del mar ya no sepa a sal y que los animales feroces pasen al servicio
de los hombres. Todo lo cual ilustra un trabajo que, lejos de explotar a la
naturaleza, está en situación de hacer que alumbre las criaturas que como
posibles dormitan en su seno. Del concepto corrompido de trabajo forma parte
como su complemento la naturaleza que, según se expresa Dietzgen, «está ahí
gratis».
12
Necesitamos
de la historia, pero la necesitamos de otra manera a como la necesita el
holgazán mimado en los jardines del saber.
Nietzsche:
Sobre las ventajas e inconvenientes de la historia.
La clase que lucha, que está
sometida, es el sujeto mismo del conocimiento histórico. En Marx aparece como
la última que ha sido esclavizada, como la clase vengadora que lleva hasta el
final la obra de liberación en nombre de generaciones vencidas. Esta
consciencia, que por breve tiempo cobra otra vez vigencia en el espartaquismo,
le ha resultado desde siempre chabacana a la socialdemocracia. En el curso de
tres decenios ha conseguido apagar casi el nombre de un Blanqui cuyo timbre de
bronce había conmovido al siglo precedente. Se ha complacido en cambio en
asignar a la clase obrera el papel de redentora de generaciones futuras. Con
ello ha cortado los nervios de su fuerza mejor. La clase desaprendió en esta
escuela tanto el odio como la voluntad de sacrificio. Puesto que ambos se
alimentan de la imagen de los antecesores esclavizados y no del ideal de los
descendientes liberados.
13
Nuestra
causa se hace más clara cada día y cada día es el pueblo más sabio.
Wilhelm
Dietzgen: La religión de la socialdemocracia.
La teoría socialdemócrata, y
todavía más su praxis, ha sido determinada por un concepto de progreso que no
se atiene a la realidad, sino que tiene pretensiones dogmáticas. El progreso,
tal y como se perfilaba en las cabezas de la socialdemocracia, fue un progreso
en primer lugar de la humanidad misma (no sólo de sus destrezas y
conocimientos). En segundo lugar era un progreso inconcluible (en correspondencia
con la infinita perfectibilidad humana). Pasaba por ser, en tercer lugar,
esencialmente incesante (recorriendo por su propia virtud una órbita recta o en
forma espiral). Todos estos predicados son controvertibles y en cada uno de
ellos podría iniciarse la critica. Pero si ésta quiere ser rigurosa, deberá
buscar por detrás de todos esos predicados y dirigirse a algo que les es común.
La representación de un progreso del género humano en la historia es
inseparable de la representación de la prosecución de ésta a lo largo de un
tiempo homogéneo y vacío. La crítica a la representación de dicha prosecución
deberá constituir la base de la critica a tal representación del progreso.
14
La
meta es el origen.
Karl
Kraus: Palabras en verso.
La historia es objeto de una
construcción cuyo lugar no está constituido por el tiempo homogéneo y vacío,
sino por un tiempo pleno, «tiempo - ahora». Así la antigua Roma fue para
Robespierre un pasado cargado de «tiempo - ahora» que él hacía saltar del
continuum de la historia. La Revolución francesa se entendió a sí misma como
una Roma que retorna. Citaba a la Roma antigua igual que la moda cita un ropaje
del pasado. La moda husmea lo actual dondequiera que lo actual se mueva en la
jungla de otrora. Es un salto de tigre al pasado. Sólo tiene lugar en una arena
en la que manda la clase dominante. El mismo salto bajo el cielo despejado de
la historia es el salto dialéctico, que así es como Marx entendió la
revolución.
15
La consciencia de estar
haciendo saltar el continuum de la historia es peculiar de las clases
revolucionarias en el momento de su acción. La gran Revolución introdujo un
calendario nuevo. El día con el que comienza un calendario cumple oficio de
acelerador histórico del tiempo. Y en el fondo es el mismo día que, en figura
de días festivos, días conmemorativos, vuelve siempre. Los calendarios no
cuentan, pues, el tiempo como los relojes. Son monumentos de una consciencia de
la historia de la que no parece haber en Europa desde hace cien años la más leve
huella. Todavía en la Revolución de julio se registró un incidente en el que
dicha consciencia consiguió su derecho. Cuando llegó el anochecer del primer
día de lucha, ocurrió que en varios sitios de París, independiente y
simultáneamente, se disparó sobre los relojes de las torres. Un testigo ocular,
que quizás deba su adivinación a la rima, escribió entonces:
«Qui
le croirait! on dit, qu'irrités contre l'heure
De
nouveaux Josués, au pied de chaque tour,
Tiraient
sur les cadrans pour arréter le jour.»
16
El materialista histórico no
puede renunciar al concepto de un presente que no es transición, sino que ha
llegado a detenerse en el tiempo. Puesto que dicho concepto define el presente
en el que escribe historia por cuenta propia. El historicismo plantea la imagen
«eterna» del pasado, el materialista histórico en cambio plantea una
experiencia con él que es única. Deja a los demás malbaratarse cabe la
prostituta «Erase una vez» en el burdel del historicismo. El sigue siendo dueño
de sus fuerzas: es lo suficientemente hombre para hacer saltar el continuum de
la historia.
17
El historicismo culmina con
pleno derecho en la historia universal. Y quizás con más claridad que de
ninguna otra se separa de ésta metódicamente la historiografía materialista. La
primera no tiene ninguna armadura teórica. Su procedimiento es aditivo;
proporciona una masa de hechos para llenar el tiempo homogéneo y vacío. En la
base de la historiografía materialista hay por el contrario un principio
constructivo. No sólo el movimiento de las ideas, sino que también su detención
forma parte del pensamiento. Cuando éste se para de pronto en una constelación
saturada de tensiones, le propina a ésta un golpe por el cual cristaliza en
mónada. El materialista histórico se acerca a un asunto de historia únicamente,
solamente cuando dicho asunto se le presenta como mónada. En esta estructura
reconoce el signo de una detención mesiánica del acaecer, o dicho de otra
manera: de una coyuntura revolucionaria en la lucha en favor del pasado
oprimido. La percibe para hacer que una determinada época salte del curso
homogéneo de la historia; y del mismo modo hace saltar a una determinada vida
de una época y a una obra determinada de la obra de una vida. El alcance de su
procedimiento consiste en que la obra de una vida está conservada y suspendida
en la obra, en la obra de una vida la época y en la época el decurso completo
de la historia. El fruto alimenticio de lo comprendido históricamente tiene en
su interior al tiempo como la semilla más preciosa, aunque carente de gusto.
18
«Los cinco raquíticos decenios
del homo sapiens», dice un biólogo moderno, «representan con relación a la
historia de la vida orgánica sobre la tierra algo así como dos segundos al
final de un día de veinticuatro horas. Registrada según esta escala, la
historia entera de la humanidad civilizada llenaría un quinto del último
segundo de la última hora». El tiempo - ahora, que como modelo del mesiánico
resume en una abreviatura enorme la historia de toda la humanidad, coincide
capilarmente con la figura que dicha historia compone en el universo.
A
El historicismo se contenta con
establecer un nexo causal de diversos momentos históricos. Pero ningún hecho es
ya histórico por ser causa. Llegará a serlo póstumamente a través de datos que
muy bien pueden estar separados de él por milenios. El historiador que parta de
ello, dejará de desgranar la sucesión de datos como un rosario entre sus dedos.
Captará la constelación en la que con otra anterior muy determinada ha entrado
su propia época. Fundamenta así un concepto de presente como «tiempo - ahora»
en el que se han metido esparciéndose astillas del mesiánico.
B
Seguro que los adivinos, que le
preguntaban al tiempo lo que ocultaba en su regazo, no experimentaron que fuese
homogéneo y vacío. Quien tenga esto presente, quizás llegue a comprender cómo
se experimentaba el tiempo pasado en la conmemoración: a saber, conmemorándolo.
Se sabe que a los judíos les estaba prohibido escrutar el futuro. En cambio la
Torá y la plegaria les instruyen en la conmemoración. Esto desencantaba el
futuro, al cual sucumben los que buscan información en los adivinos. Pero no
por eso se convertía el futuro para los judíos en un tiempo homogéneo y vacío.
Ya que cada segundo era en él la pequeña puerta por la que podía entrar el
Mesías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario