Memoria y esperanza: notas sobre
socialismo y cultura a medio siglo de Revolución Cubana
El socialismo es un
proyecto total cuyos diversos componentes deben registrarse alegóricamente como
emanaciones y encarnaciones de su espíritu central, al mismo tiempo que se
justifican por derecho propio debido a que resultan adecuados localmente. El
proyecto colectivo opera en los dos niveles del microcosmos y el macrocosmos,
de lo individual y lo empírico con su quemante urgencia y del espacio nacional
o internacional donde la sombrilla totalizadora de la estrategia de partido o
la alianza pone en perspectiva lo micropolítico.
El marxismo realmente existente. Fredric
Jameson
Notas preliminares
Este ensayo tiene como objetivo fundamental desarrollar un balance
mínimo y crítico, de la sociedad cubana, centrado en la reflexión sobre la
cultura en el socialismo, y en la centralidad de la cultura en el proceso
histórico de la Revolución Cubana. Este balance histórico parte de la
conciencia política de que dentro de cualquier proceso histórico un punto fundamental
de análisis lo constituye el sujeto. Y el sujeto histórico, comprendido no sólo
como mónada psicosomática e institución social, sino también como un proceso
dinámico de rememoración y anticipación que él mismo genera en el curso de su
propia existencia. Su praxis vital es histórica porque es temporal, la cual se
articula en el balance de su espacio de experiencias y su horizonte de
expectativas, de su pasado y su futuro.[1] Y este balance se hace siempre en el
presente actuante y resultante de tales espacios y horizontes.
Estas notas (divididas en cinco epígrafes, y escritas en formas de
tesis y fragmentos), apuntan básicamente hacia la necesidad perentoria y
crucial del debate explícito del
socialismo cubano en la esfera pública, su articulación concreta a partir de
una conciencia una conciencia política y crítica en relación con la cultura -y
la ideología- como terreno y espacio medular para repensar y transformar
nuestra sociedad.
En este sentido, se parte, entre otros elementos, del reconocimiento
de la Batalla de ideas como línea de continuidad y expresión problemática
y política de la centralidad de la cultura y la ideología en el proceso de
transformación revolucionaria de nuestra sociedad. También aparece la intención
de desarrollar una capacidad crítica -proveniente de un potencial
revolucionario acumulado y de una apremiante necesidad de transformar nuestra
realidad- en pos de articular algunas perspectivas en la medida de lo posible y
lo deseable, propuestas en el horizonte del debate, y plantear los desafíos de
nuestro presente histórico. En el curso del ensayo, prefiguramos un balance
existencial y político del contexto sociocultural en el que se insertan las
generaciones más jóvenes dentro del proceso revolucionario, con un marco de
posibilidades de reflexión y acción, a partir de herencias y expectativas
específicas.
Por último, este ensayo
intenta como análisis inconcluso y discutible, actualizarse a favor del debate
público que demanda la nación cubana y su proyecto de sociedad socialista; ser
parte del análisis histórico de la sociedad cubana en tiempos de revolución,
sobre la base del reconocimiento del pasado y la anticipación del futuro y;
sobre todo, como reflexión crítica –análisis y proyección- sobre las
condiciones actuales y actuantes de la sociedad cubana.
La urgencia del debate
El debate -público, popular, nacional, cultural, político- constituye un
espacio teórico-práctico y precisa de una esfera pública ampliada y permanente
para el análisis de las problemáticas y contradicciones del pasado y del
presente de nuestra sociedad de cara al presente actuante y el futuro
inmediato.
El debate de una nación que intenta rehacer la sociedad sobre la base
de un proyecto socialista exige una autoconciencia democrática por parte de los
sujetos e instituciones que animan y participan en el proyecto de sociedad.
Esta autoconciencia parte de dos claves que deben articularse como condiciones
de posibilidad: la institución de un espacio
público constituyente[2] donde los sujetos puedan generar la
capacidad de discusión, confrontación, control y deliberación. La institución
de la cultura, es decir,
un proyecto pedagógico que haga énfasis en la socialización democrática del
saber y de la información.
La eficacia democrática del debate en tanto espacio de discusión,
análisis, reconocimiento, proyección y resolución se mide por la posibilidad
siempre abierta de volver a instituir este espacio público como conciencia
política explícita, y en la capacidad de partir y generar desde una autonomía
de la acción del pensar y de crear a su vez las instituciones conscientes de su
propia autonomía para pensar y actuar. Es decir, una autonomía en las
reflexiones propias de los sujetos e instituciones; los que lo organizan y
proponen, y los que participan.
Depende de la eficacia democrática que tenga la institución
democrática de la participación popular en la sociedad:
Una sociedad que debe ganar conciencia de la necesidad creciente
de un contexto de confianza, de seguridad y respeto a los criterios que exponen
los sujetos - y de sus derechos civiles- desde posiciones discursivas que
pueden ser diferentes y contrapuestas;
Una sociedad que tenga la conciencia explícita de que sus ciudadanos
viven en una sociedad abierta y plural, donde todos los enemigos están situados
en la misma zanja, donde no hay enemigos superiores y enemigos inferiores, que
por el momento pueden ser incluso hasta nuestros mejores amigos. Una sociedad
basada en el paradigma de la plaza sitiada y en la lucha de trinchera, olvida
que la lucha por la emancipación es total y cae en la apatía y en la confusión;
Una sociedad que debe partir de que el socialismo no es un sistema
homogéneo, sino un proyecto de sociedad que implica y comprende la diversidad y
la complejidad de instituciones y creaciones que emana de una sociedad
heterogénea y fragmentada.
La forma de garantizar la posibilidad de un debate público no es sólo
denunciando las prácticas dogmáticas y fundamentalistas, sino también
aproximándonos a partir del reconocimiento de la idea del diálogo. La capacidad
para el diálogo, o mejor, las condiciones y situaciones sociales, hermenéuticas
y culturales -de interpretación, comprensión y aplicación- para que se
establezca una auténtica conversación y discusión; constituye un tópico
fundamental en la práctica del debate. Por desgracia, en ocasiones suele
tomarse la idea de diálogo por la tangente romántica y espiritualista,
obliterando la dimensión ética y política tan importante que ella contiene. El
diálogo constituye una institución difícil de practicar, pero susceptible de
generar una dinámica de apertura a la diversidad y comprensión de la complejidad
que resulta de imprescindible necesidad para el desarrollo como de la sociedad.
Especialmente cuando está se propone institucionalmente y en la misma praxis
histórica la emancipación como máxima meta.
No hay certeza de un debate profundo y productivo si su propia
estructura en el espacio público no contiene cierto poder de autonomía, si no
está mínimamente garantizada por la mediación del diálogo y un activo pensar
crítico. Si tales espacios se dejan invadir y dominar por la censura y la
autocensura, el chisme y el choteo, la mentira explícita y la ideologización
extrema. Y si de paso, no es capaz de generar confianza y paciencia políticas,
activando los procesos creativos de la imaginación política y la invención
colectiva.
El debate de una sociedad no comienza ahí donde se da una apertura
democrática virtual en el espacio semipúblico de una plaza electrónica, una
mesa televisiva o una conferencia en un anfiteatro. Comienza también desde la
macroestructura sistémica de las instituciones educacionales y culturales de la
sociedad. En la interrelación de todos los recursos y medios de producción,
circulación y consumo de información y conocimiento. El tipo de acceso a la
información que tienen los sujetos de esa misma sociedad desde los niveles más
generales y públicos hasta los más específicos y discretos tiene la misma
importancia que el contenido programático de los programas y planes de estudios
en el sistema de educación general desde la enseñanza elemental hasta la
universitaria. Es decir, la calidad del debate tiene que partir de condiciones
específicas entre las cuales el acceso amplio y democrático, y la calidad de la
información constituye elementos decisivos.
El debate de la sociedad cubana sólo podrá enfrentarse valientemente
si se desarrolla y profundiza un diálogo
intergeneracional y multicultural donde
aparezca una capacidad de reconocimiento mutuo de las condiciones de
experiencia, pensamiento y análisis, expectativas y posibilidades que se tiene
para darles solución a los urgentes e ingentes problemas y desafíos que se
plantea nuestra sociedad.
Hoy, nuestra sociedad precisa estudiar y conocer con profundidad
analítica el contexto de emergencia y desarrollo sociocultural y formación
ideológica de las generaciones más jóvenes, para constatar cuáles son los
espacios de experiencias y los horizontes de expectativas que tienen, y el peso
que va a tener tal constatación para el presente y el futuro. Este diálogo
constituye una necesidad apremiante y harto sensible que implicaría una
reflexión sobre el estado de las relaciones de poder, el orden del discurso, y
la voluntad de conservación o de cambio del proceso vivo de la nación a lo
largo y ancho de la estructura social: la familia, el centro laboral, las
organizaciones sociales de masas y políticas, la constitución del poder popular
como poder actuante, entre otros elementos de importancia en la sociedad cubana.
Notas
[1] El
espacio de experiencia y el horizonte de expectativas constituyen categorías
básicas para la investigación y la interpretación, tanto de las ciencias
históricas como de las ciencias hermenéuticas. La experiencia, se encuentra
ligada a la memoria y al pasado. A la memoria como recurso de actualización de
los pasados acontecidos, truncados, ocultos o sedimentados. La expectativa, se
encuentra ligada a la esperanza y al futuro. Ambas, la memoria y la esperanza
constituyen fuerzas jalonantes en la determinación de los tiempos históricos,
fuerzas que articulan, en tanto condición de posibilidad de pensar el presente
histórico.
[2] El concepto de
espacio público del cual se parte en este ensayo está fundamentalmente
relacionado con la construcción histórico-política del Estado- nación y la
institución de los imaginarios colectivos en las sociedades modernas. La
constitución del espacio público en nuestra sociedad, a partir de estas
variables históricas de larga duración, se consolida como espacio de
negociación y mediación de los diversos sectores de la sociedad y el Estado en
la medida de que se genera una capacidad de participación democrática y popular
en los niveles de deliberación, decisión y control de la esfera de los asuntos
y las entidades públicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario