9/26/2011


Memoria y esperanza: notas sobre socialismo y cultura a medio siglo de Revolución Cubana
          
                                                                                     El socialismo es un proyecto total cuyos diversos componentes deben registrarse alegóricamente como emanaciones y encarnaciones de su espíritu central, al mismo tiempo que se justifican por derecho propio debido a que resultan adecuados localmente. El proyecto colectivo opera en los dos niveles del microcosmos y el macrocosmos, de lo individual y lo empírico con su quemante urgencia y del espacio nacional o internacional donde la sombrilla totalizadora de la estrategia de partido o la alianza pone en perspectiva lo micropolítico.

El marxismo realmente existente. Fredric Jameson


Notas preliminares

Este ensayo tiene como objetivo fundamental desarrollar un balance mínimo y crítico, de la sociedad cubana, centrado en la reflexión sobre la cultura en el socialismo, y en la centralidad de la cultura en el proceso histórico de la Revolución Cubana. Este balance histórico parte de la conciencia política de que dentro de cualquier proceso histórico un punto fundamental de análisis lo constituye el sujeto. Y el sujeto histórico, comprendido no sólo como mónada psicosomática e institución social, sino también como un proceso dinámico de rememoración y anticipación que él mismo genera en el curso de su propia existencia. Su praxis vital es histórica porque es temporal, la cual se articula en el balance de su espacio de experiencias y su horizonte de expectativas, de su pasado y su futuro.[1] Y este balance se hace siempre en el presente actuante y resultante de tales espacios y horizontes.
Estas notas (divididas en cinco epígrafes, y escritas en formas de tesis y fragmentos), apuntan básicamente hacia la necesidad perentoria y crucial  del debate explícito del socialismo cubano en la esfera pública, su articulación concreta a partir de una conciencia una conciencia política y crítica en relación con la cultura -y la ideología- como terreno y espacio medular para repensar y transformar nuestra sociedad.
En este sentido, se parte, entre otros elementos, del reconocimiento de la Batalla de ideas como línea de continuidad y expresión problemática  y política de la centralidad de la cultura y la ideología en el proceso de transformación revolucionaria de nuestra sociedad. También aparece la intención de desarrollar una capacidad crítica -proveniente de un potencial revolucionario acumulado y de una apremiante necesidad de transformar nuestra realidad- en pos de articular algunas perspectivas en la medida de lo posible y lo deseable, propuestas en el horizonte del debate, y plantear los desafíos de nuestro presente histórico. En el curso del ensayo, prefiguramos un balance existencial y político del contexto sociocultural en el que se insertan las generaciones más jóvenes dentro del proceso revolucionario, con un marco de posibilidades de reflexión y acción, a partir de herencias y expectativas específicas.
Por último, este ensayo intenta como análisis inconcluso y discutible, actualizarse a favor del debate público que demanda la nación cubana y su proyecto de sociedad socialista; ser parte del análisis histórico de la sociedad cubana en tiempos de revolución, sobre la base del reconocimiento del pasado y la anticipación del futuro y; sobre todo, como reflexión crítica –análisis y proyección- sobre las condiciones actuales y actuantes de la sociedad cubana.

La urgencia del debate

El debate -público, popular, nacional, cultural, político- constituye un espacio teórico-práctico y precisa de una esfera pública ampliada y permanente para el análisis de las problemáticas y contradicciones del pasado y del presente de nuestra sociedad de cara al presente actuante y el futuro inmediato.
El debate de una nación que intenta rehacer la sociedad sobre la base de un proyecto socialista exige una autoconciencia democrática por parte de los sujetos e instituciones que animan y participan en el proyecto de sociedad. Esta autoconciencia parte de dos claves que deben articularse como condiciones de posibilidad: la institución de un espacio público constituyente[2] donde los sujetos puedan generar la capacidad de discusión, confrontación, control y deliberación. La institución de la cultura, es decir, un proyecto pedagógico que haga énfasis en la socialización democrática del saber y de la información.
La eficacia democrática del debate en tanto espacio de discusión, análisis, reconocimiento, proyección y resolución se mide por la posibilidad siempre abierta de volver a instituir este espacio público como conciencia política explícita, y en la capacidad de partir y generar desde una autonomía de la acción del pensar y de crear a su vez las instituciones conscientes de su propia autonomía para pensar y actuar. Es decir, una autonomía en las reflexiones propias de los sujetos e instituciones; los que lo organizan y proponen, y los que participan.
Depende de la eficacia democrática que tenga la institución democrática de la participación popular en la sociedad:
Una sociedad que  debe ganar conciencia de la necesidad creciente de un contexto de confianza, de seguridad y respeto a los criterios que exponen los sujetos - y de sus derechos civiles- desde posiciones discursivas que pueden ser diferentes y contrapuestas;
Una sociedad que tenga la conciencia explícita de que sus ciudadanos viven en una sociedad abierta y plural, donde todos los enemigos están situados en la misma zanja, donde no hay enemigos superiores y enemigos inferiores, que por el momento pueden ser incluso hasta nuestros mejores amigos. Una sociedad basada en el paradigma de la plaza sitiada y en la lucha de trinchera, olvida que la lucha por la emancipación es total y cae en la apatía y en la confusión;
Una sociedad que debe partir de que el socialismo no es un sistema homogéneo, sino un proyecto de sociedad que implica y comprende la diversidad y la complejidad de instituciones y creaciones que emana de una sociedad heterogénea y fragmentada. 
La forma de garantizar la posibilidad de un debate público no es sólo denunciando las prácticas dogmáticas y fundamentalistas, sino también aproximándonos a partir del reconocimiento de la idea del diálogo. La capacidad para el diálogo, o mejor, las condiciones y situaciones sociales, hermenéuticas y culturales -de interpretación, comprensión y aplicación- para que se establezca una auténtica conversación y discusión; constituye un tópico fundamental en la práctica del debate. Por desgracia, en ocasiones suele tomarse la idea de diálogo por la tangente romántica y espiritualista, obliterando la dimensión ética y política tan importante que ella contiene. El diálogo constituye una institución difícil de practicar, pero susceptible de generar una dinámica de apertura a la diversidad y comprensión de la complejidad que resulta de imprescindible necesidad para el desarrollo como de la sociedad. Especialmente cuando está se propone institucionalmente y en la misma praxis histórica la emancipación como máxima meta.
No hay certeza de un debate profundo y productivo si su propia estructura en el espacio público no contiene cierto poder de autonomía, si no está mínimamente garantizada por la mediación del diálogo y un activo pensar crítico. Si tales espacios se dejan invadir y dominar por la censura y la autocensura, el chisme y el choteo, la mentira explícita y la ideologización extrema. Y si de paso, no es capaz de generar confianza y paciencia políticas, activando los procesos creativos de la imaginación política y la invención colectiva.
El debate de una sociedad no comienza ahí donde se da una apertura democrática virtual en el espacio semipúblico de una plaza electrónica, una mesa televisiva o una conferencia en un anfiteatro. Comienza también desde la macroestructura sistémica de las instituciones educacionales y culturales de la sociedad. En la interrelación de todos los recursos y medios de producción, circulación y consumo de información y conocimiento. El tipo de acceso a la información que tienen los sujetos de esa misma sociedad desde los niveles más generales y públicos hasta los más específicos y discretos tiene la misma importancia que el contenido programático de los programas y planes de estudios en el sistema de educación general desde la enseñanza elemental hasta la universitaria. Es decir, la calidad del debate tiene que partir de condiciones específicas entre las cuales el acceso amplio y democrático, y la calidad de la información constituye elementos decisivos.
El debate de la sociedad cubana sólo podrá enfrentarse valientemente si se desarrolla y profundiza un diálogo intergeneracional y multicultural donde aparezca una capacidad de reconocimiento mutuo de las condiciones de experiencia, pensamiento y análisis, expectativas y posibilidades que se tiene para darles solución a los urgentes e ingentes problemas y desafíos que se plantea nuestra sociedad.
Hoy, nuestra sociedad precisa estudiar y conocer con profundidad analítica el contexto de emergencia y desarrollo sociocultural y formación ideológica de las generaciones más jóvenes, para constatar cuáles son los espacios de experiencias y los horizontes de expectativas que tienen, y el peso que va a tener tal constatación para el presente y el futuro. Este diálogo constituye una necesidad apremiante y harto sensible que implicaría una reflexión sobre el estado de las relaciones de poder, el orden del discurso, y la voluntad de conservación o de cambio del proceso vivo de la nación a lo largo y ancho de la estructura social: la familia, el centro laboral, las organizaciones sociales de masas y políticas, la constitución del poder popular como poder actuante, entre otros elementos de importancia en la sociedad cubana.

Notas

[1] El espacio de experiencia y el horizonte de expectativas constituyen categorías básicas para la investigación y la interpretación, tanto de las ciencias históricas como de las ciencias hermenéuticas. La experiencia, se encuentra ligada a la memoria y al pasado. A la memoria como recurso de actualización de los pasados acontecidos, truncados, ocultos o sedimentados. La expectativa, se encuentra ligada a la esperanza y al futuro. Ambas, la memoria y la esperanza constituyen fuerzas jalonantes en la determinación de los tiempos históricos, fuerzas que articulan, en tanto condición de posibilidad de pensar el presente histórico.

[2] El concepto de espacio público del cual se parte en este ensayo está fundamentalmente relacionado con la construcción histórico-política del Estado- nación y la institución de los imaginarios colectivos en las sociedades modernas. La constitución del espacio público en nuestra sociedad, a partir de estas variables históricas de larga duración, se consolida como espacio de negociación y mediación de los diversos sectores de la sociedad y el Estado en la medida de que se genera una capacidad de participación democrática y popular en los niveles de deliberación, decisión y control de la esfera de los asuntos y las entidades públicas.



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