8/08/2017

El proyecto social cubano en tiempos de revolución: introducción a una historia colectiva
Carlos Simón

Mencionar la palabra Cuba hoy implica, con toda probabilidad, en la mente de muchos de nosotros una asociación de palabras, imágenes y acontecimientos tales como Fidel y Raúl, Revolución, resistencia, socialismo o dictadura. Lo cierto es que tal asociación, según el nivel de información, la filiación ideológica y la capacidad de reflexión en torno a la complejidad de la realidad social y política del mundo actual, varía, haciéndose más densa y analítica en algunos casos, o más vacía y endeble en otros casos. Tal asociación de palabras e imágenes, y la consiguiente inscripción en una narrativa relativa a lo qué pudiera significar Cuba; es lo que permite a cada uno de nosotros aproximarnos a este significativo proceso que comenzó a mediados del siglo XX y que llamamos Revolución Cubana. Un proceso histórico que, sin dudas, estremeció a la propia nación cubana y que tuvo cierto impacto en el resto del mundo. Impacto que conocemos bien con la presencia de Fidel Castro en el escenario de la política latinoamericana y mundial, que recordamos con temor y con temblor con la Crisis de Octubre, que nos hace preguntar por la resistencia de este proyecto político a pesar de la caída del muro de Berlín y la imposición por más de medio siglo del embargo norteamericano a la Isla, donde no se puede obliterar el envío continuo de millares de médicos y maestros a las naciones del Tercer Mundo, y del cual también recién supimos de la visita de Barack Obama con el objetivo de descongelar las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, y desde luego sobre la reciente muerte de Fidel Castro, el líder de la Revolución Cubana. 

Pero más allá de las imágenes y los símbolos, las palabras y las cosas que en general podemos articular para hacernos una idea de la Revolución Cubana, aquello que pervive es la memoria de los que murieron y de los que vivieron en este proceso. La historia de sus mártires enterrados y sus mártires vivos, aquellos que fueron y son testigos oculares de una historia que narra la gesta de un pueblo que refundó su historia partiendo de la negación de un pasado ominoso y la afirmación de un futuro diferente, partiendo de un cambio revolucionario total.  Aquello que también persiste es la esperanza de millones de hombres y mujeres, la esperanza que durante largo tiempo fue depositada en el seno de la Revolución Cubana cuando la fuerza de los símbolos era aun tan vívida que no había margen para la desconfianza, cuando la fuerza de la palabra encontraba su resonancia en las cosas mismas que ella enunciaba.

Hace medio siglo atrás existía un proyecto de sociedad que los cubanos intentaron construir nuevamente: una república realmente independiente y soberana, que pudiera realizar a mediano plazo dos objetivos fundamentales: la democracia prometida en la Constitución del 40, los deseos de justicia social de movimientos, grupos de hombres y mujeres que lucharon durante los últimos treinta años de la primera república. Llevamos más de medio siglo en esta inmensa y dramática historia colectiva. Unas generaciones les alcanzó de golpe y otras nacieron totalmente dentro de ella: así hablamos entonces cuando de revolución y generación se trata; que es hablar de algo más que una periodización historiográfica a la luz de la demografía. Revolución y generación constituyen dos nociones en la inteligencia cubana que articula la mayoría de las veces una relación histórica muy peculiar, la cual intenta develar un drama colectivo en que pasado y presente resulta una lucha permanente de realización y síntesis; un conflicto abierto por las preguntas incontestadas y las respuestas adventicias.
En cuanto al período postrevolucionario la relación entre revolución y generación se vuelve más intensa: es el drama de los sobrevivientes y los advenedizos, los que lucharon y los que no “lucharon”, de la antítesis entre el capitalismo retrógrado y el socialismo victorioso, de la contraposición cronológica entre revolución triunfante y república mediatizada, lealtades y gratitudes, temores y sueños, memoria y utopía. Se trata de una relación o de un conjunto de relaciones que rebasa la ecuación compleja que se teje entre lo cuantitativo (las generaciones de hombres y mujeres que se sumarían a la nueva historia) y lo cualitativo (los procesos revolucionarios que  acontecieron). Más bien se trata de una creación histórica que se articula entre el imaginario colectivo producido en la Revolución Cubana y las dinámicas intergeneracionales plasmadas en las múltiples relaciones que se trenzaron en el cuerpo social.
La Revolución Cubana también trata de un proyecto nacido de luchas contra las tiranías, los imperios coloniales, las empresas recolonizadoras y la miseria de la política republicana. De este modo al cabo de dos años y cuatro meses -1961- de la llegada de los rebeldes a La Habana se proclamó el carácter socialista de la revolución cubana frente a una plaza llena de cubanos que sin dudas se entusiasmaron con la idea y comprendieron en el acto que la Historia los había puesto en el camino correcto. Correcto, pero difícil. Porque era un socialismo periférico, subdesarrollado, satelital y postcolonial que se acuñó desde sus inicios en tanto fruto de una revolución política como un proceso de emancipación en el cual se intentaría resueltamente cumplimentar los ideales más caros del proyecto de nación que desde Martí aparecían como límites del pensar la nación emancipada en el imaginario político de la sociedad cubana: independencia política, desarrollo económico y justicia social. Entre las realidades concretas y los futuros posibles pero inaplazables había un largo trecho, que debía ser colmado con los hombres y mujeres que formaban parte del proyecto, con sus sueños y sus sacrificios.
El proceso socio-político de la Revolución Cubana ya marca sobre la piel y el suelo de la nuestra nación las huellas de medio siglo de experiencias vividas bajo un proyecto de sociedad de intención socialista. Un proyecto que se desmarca de la anterior historia republicana y de los cuatrocientos años de colonia en tanto fue articulado sobre la base de un movimiento social revolucionario cuya meta fundamental se concentraba inicialmente en acabar con la tiranía batistiana y satisfacer las demandas de justicia social y democracia que precisaba una gran parte del pueblo cubano liderados por casi una veintena de organizaciones revolucionarias.
Evidentemente, un proyecto como este tiene una constitución política basada en una combinación de principios que lo animan y prácticas que lo materializan. Los conceptos más caros para cada cubano que le tocó vivir y nacer bajo este proyecto son tres: Patria, Revolución y Socialismo. Aquí renace el Logos de la Nación, su Ley, su Historia y su Meta a partir del Triunfo Revolucionario. Todo delirio y entusiasmo tuvo que renacer con estas caras palabras, convertidas en conjuros, consignas, imágenes: símbolos máximos en el orden de lo que se dice y de lo que se puede hacer. Esta combinación sintáctica convertida en plataforma ideológica se desplegó en un inicio con la ampliación del poder político en la base social, a partir de un conjunto de acciones que fueron asumidas por derecho propio, en el contexto de una nación con patria soberana y de un socialismo comprometido con las causas del Tercer Mundo.
Pero donde hay luz, ciertamente hay sombras. También hubo una ruptura del poder revolucionario. La lógica de fragmentación y exclusión – que no es otra que la de la concentración del poder social de la mayoría en las manos y las mentes de una minoría- dio al traste con la fuerza primigenia de la revolución social. Es decir, se efectuó una drástica concentración del capital social y la consiguiente desvirtuación y deformación en manos de una tecno-burocracia emergente, frente una praxis social reconducida al cumplimiento de tareas casi siempre asignadas verticalmente.
La figura apasionada y polémica del héroe revolucionario fue vencida por la serenidad del funcionario y la intransigencia del “cuadro” comunista. Esto se explica en el pasaje que va desde una revolución triunfadora, en la que se había otorgado por derecho propio una zona amplia para definir y ejercer el poder revolucionario en la sociedad, hacia una escisión entre un Estado cada vez más burocratizado, centralizado y verticalista frente a una sociedad cada vez más inmunizada por la ideología del Estado y despojada de capacidad crítica y de acción autónoma.
El modelo sociedad cubana que hoy se actualiza en nuestra sociedad es estatista, con dinámicas residuales y emergentes del socialismo democrático, pero también capas emergentes de sentidos y valores que provienen de las dinámicas neoliberales. Muchos intelectuales de izquierda, desde una determinada posición crítica, fundamentan que el socialismo cubano, como los socialismos real o trágicamente existentes en el siglo XX, es un socialismo de Estado. Lo que equivale a decir, un régimen con modos de producción, distribución y consumo similares al capitalismo de Estado, cuya dirección central se encuentra en el Partido Comunista vinculado a un Estado centralista y burocrático.
Lo cierto es que el pasaje que hoy atraviesa la sociedad cubana avizora un paisaje colmado de incertidumbres donde las memorias de la Revolución Cubana se hacen más borrosas y las expectativas se convierten automáticamente en dilemas que solo una amplia politización de la sociedad en sentido democrático sería capaz de resolver.
¿Qué es revolución? ¿Hacia dónde va Cuba? ¿Qué hay de su futuro inmediato? Preguntas difíciles pero inevitables que no solo conciernen a Cuba sino a todas nuestras sociedades. Muchas gracias por su atención. 

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