El proyecto social cubano en tiempos de
revolución: introducción a una historia colectiva
Carlos Simón
Mencionar
la palabra Cuba hoy implica, con toda probabilidad, en la mente de muchos de
nosotros una asociación de palabras, imágenes y acontecimientos tales como
Fidel y Raúl, Revolución, resistencia, socialismo o dictadura. Lo cierto es que
tal asociación, según el nivel de información, la filiación ideológica y la
capacidad de reflexión en torno a la complejidad de la realidad social y
política del mundo actual, varía, haciéndose más densa y analítica en algunos
casos, o más vacía y endeble en otros casos. Tal asociación de palabras e
imágenes, y la consiguiente inscripción en una narrativa relativa a lo qué
pudiera significar Cuba; es lo que permite a cada uno de nosotros aproximarnos
a este significativo proceso que comenzó a mediados del siglo XX y que llamamos
Revolución Cubana. Un proceso histórico que, sin dudas, estremeció a la propia
nación cubana y que tuvo cierto impacto en el resto del mundo. Impacto que
conocemos bien con la presencia de Fidel Castro en el escenario de la política
latinoamericana y mundial, que recordamos con temor y con temblor con la Crisis
de Octubre, que nos hace preguntar por la resistencia de este proyecto político
a pesar de la caída del muro de Berlín y la imposición por más de medio siglo
del embargo norteamericano a la Isla, donde no se puede obliterar el envío
continuo de millares de médicos y maestros a las naciones del Tercer Mundo, y del
cual también recién supimos de la visita de Barack Obama con el objetivo de
descongelar las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, y desde luego sobre la
reciente muerte de Fidel Castro, el líder de la Revolución Cubana.
Pero
más allá de las imágenes y los símbolos, las palabras y las cosas que en
general podemos articular para hacernos una idea de la Revolución Cubana,
aquello que pervive es la memoria de los que murieron y de los que vivieron en
este proceso. La historia de sus mártires enterrados y sus mártires vivos,
aquellos que fueron y son testigos oculares de una historia que narra la gesta
de un pueblo que refundó su historia partiendo de la negación de un pasado ominoso
y la afirmación de un futuro diferente, partiendo de un cambio revolucionario
total. Aquello que también persiste es
la esperanza de millones de hombres y mujeres, la esperanza que durante largo
tiempo fue depositada en el seno de la Revolución Cubana cuando la fuerza de
los símbolos era aun tan vívida que no había margen para la desconfianza, cuando
la fuerza de la palabra encontraba su resonancia en las cosas mismas que ella
enunciaba.
Hace medio siglo atrás existía un proyecto
de sociedad que los cubanos intentaron construir nuevamente: una república
realmente independiente y soberana, que pudiera realizar a mediano plazo dos
objetivos fundamentales: la democracia prometida en la Constitución del 40, los
deseos de justicia social de movimientos, grupos de hombres y mujeres que
lucharon durante los últimos treinta años de la primera república. Llevamos más
de medio siglo en esta inmensa y dramática historia colectiva. Unas
generaciones les alcanzó de golpe y otras nacieron
totalmente dentro de ella: así hablamos entonces cuando de revolución y
generación se trata; que es hablar de algo más que una periodización
historiográfica a la luz de la demografía. Revolución y generación constituyen dos
nociones en la inteligencia cubana que articula la mayoría de las veces una
relación histórica muy peculiar, la cual intenta develar un drama colectivo en
que pasado y presente resulta una lucha permanente de realización y síntesis;
un conflicto abierto por las preguntas incontestadas y las respuestas
adventicias.
En cuanto al período postrevolucionario la
relación entre revolución y generación se vuelve más intensa: es el drama de
los sobrevivientes y los advenedizos, los que lucharon y los que no “lucharon”,
de la antítesis entre el capitalismo retrógrado y el socialismo victorioso, de
la contraposición cronológica entre revolución triunfante y república
mediatizada, lealtades y gratitudes, temores y sueños, memoria y utopía. Se
trata de una relación o de un conjunto de relaciones que rebasa la ecuación
compleja que se teje entre lo cuantitativo (las generaciones de hombres y
mujeres que se sumarían a la nueva historia) y lo cualitativo (los procesos
revolucionarios que acontecieron). Más
bien se trata de una creación histórica que se articula entre el imaginario
colectivo producido en la Revolución Cubana y las dinámicas intergeneracionales
plasmadas en las múltiples relaciones que se trenzaron en el cuerpo social.
La Revolución Cubana también trata de un
proyecto nacido de luchas contra las tiranías, los imperios coloniales, las
empresas recolonizadoras y la miseria de la política republicana. De este modo
al cabo de dos años y cuatro meses -1961- de la llegada de los rebeldes a La
Habana se proclamó el carácter socialista de la revolución cubana frente a una
plaza llena de cubanos que sin dudas se entusiasmaron con la idea y
comprendieron en el acto que la Historia los había puesto en el camino correcto.
Correcto, pero difícil. Porque era un socialismo periférico, subdesarrollado,
satelital y postcolonial que se acuñó desde sus inicios en tanto fruto de una
revolución política como un proceso de emancipación en el cual se intentaría
resueltamente cumplimentar los ideales más caros del proyecto de nación que
desde Martí aparecían como límites del pensar la nación emancipada en el
imaginario político de la sociedad cubana: independencia política, desarrollo
económico y justicia social. Entre las realidades concretas y los futuros
posibles pero inaplazables había un largo trecho, que debía ser colmado con los
hombres y mujeres que formaban parte del proyecto, con sus sueños y sus
sacrificios.
El proceso socio-político de la Revolución Cubana ya marca sobre la
piel y el suelo de la nuestra nación las huellas de medio siglo de experiencias
vividas bajo un proyecto de sociedad de intención socialista. Un proyecto que
se desmarca de la anterior historia republicana y de los cuatrocientos años de
colonia en tanto fue articulado sobre la base de un movimiento social
revolucionario cuya meta fundamental se concentraba inicialmente en acabar con
la tiranía batistiana y satisfacer las demandas de justicia social y democracia
que precisaba una gran parte del pueblo cubano liderados por casi una veintena
de organizaciones revolucionarias.
Evidentemente, un proyecto como este tiene una
constitución política basada en una combinación de principios que lo animan y
prácticas que lo materializan. Los conceptos más caros para cada cubano que le
tocó vivir y nacer bajo este proyecto son tres: Patria, Revolución y
Socialismo. Aquí renace el Logos
de la Nación, su Ley, su Historia y su Meta a partir del Triunfo
Revolucionario. Todo delirio y entusiasmo tuvo que renacer con estas caras
palabras, convertidas en conjuros, consignas, imágenes: símbolos máximos en el
orden de lo que se dice y de lo que se puede hacer. Esta combinación sintáctica
convertida en plataforma ideológica se desplegó en un inicio con la ampliación
del poder político en la base social, a partir de un conjunto de acciones que
fueron asumidas por derecho propio, en el contexto de una nación con patria
soberana y de un socialismo comprometido con las causas del Tercer Mundo.
Pero donde hay luz, ciertamente hay sombras. También
hubo una ruptura del poder revolucionario. La lógica de fragmentación y
exclusión – que no es otra que la de la concentración del poder social de la
mayoría en las manos y las mentes de una minoría- dio al traste con la fuerza
primigenia de la revolución social. Es decir, se efectuó una drástica concentración
del capital social y la consiguiente desvirtuación y deformación en manos de
una tecno-burocracia emergente, frente una praxis social reconducida al
cumplimiento de tareas casi siempre asignadas verticalmente.
La figura apasionada y polémica del héroe revolucionario
fue vencida por la serenidad del funcionario y la intransigencia del “cuadro”
comunista. Esto se explica en el pasaje que va desde una revolución
triunfadora, en la que se había otorgado por derecho propio una zona amplia
para definir y ejercer el poder revolucionario en la sociedad, hacia una
escisión entre un Estado cada vez más burocratizado, centralizado y
verticalista frente a una sociedad cada vez más inmunizada por la ideología del
Estado y despojada de capacidad crítica y de acción autónoma.
El modelo sociedad cubana que hoy se
actualiza en nuestra sociedad es estatista, con dinámicas residuales y
emergentes del socialismo democrático, pero también capas emergentes de
sentidos y valores que provienen de las dinámicas neoliberales. Muchos
intelectuales de izquierda, desde una determinada posición crítica, fundamentan
que el socialismo cubano, como los socialismos real o trágicamente existentes
en el siglo XX, es un socialismo de Estado. Lo que equivale a decir, un régimen
con modos de producción, distribución y consumo similares al capitalismo de
Estado, cuya dirección central se encuentra en el Partido Comunista vinculado a
un Estado centralista y burocrático.
Lo cierto es que el pasaje que hoy atraviesa
la sociedad cubana avizora un paisaje colmado de incertidumbres donde las
memorias de la Revolución Cubana se hacen más borrosas y las expectativas se
convierten automáticamente en dilemas que solo una amplia politización de la
sociedad en sentido democrático sería capaz de resolver.
¿Qué es revolución? ¿Hacia dónde va Cuba?
¿Qué hay de su futuro inmediato? Preguntas difíciles pero inevitables que no
solo conciernen a Cuba sino a todas nuestras sociedades. Muchas gracias por su
atención.