Letanía
En la guerra
siempre hay vencedores y derrotados. Aun en el más sofisticado armisticio,
siempre habrá un vencedor que marca el territorio y un derrotado que acepta las
reglas del juego. Innegable que esta guerra sin armas «convencionales» se
expresó en el campo combinado de la infantería massmediática transnacional, los
tanques pesados de la instituciones de control económico y financiero que rigen
todo el sistema de la economía global y los planos estratégicos de la política real, trazados en consecuencia, por los
generales y sus lugartenientes de la «unidad europea». Innegable los múltiples
movimientos de confrontación y réplica, de avance calculado y retirada, de
agresión inmediata o mediata, de ganancia o pérdida de tiempo o territorio, de
retroceso inesperado y efectos sorpresa, de claudicación y armisticio, de
pactos donde los perdedores se exponen como víctimas y los vencedores como
victimarios. Innegable que nos referimos a la crisis griega y, con ella, a la
realidad europea: A la elección de SYRIZA, la derrota de Nueva Democracia, la
autocondena al ostracismo de PASOK, a la concepción táctica del Tsipras y su
gabinete, al hiperteatro mediático de los medios europeos, al referéndum, a las
amenazas o tácticas de Grexit, a los mandarines de la Troika, al Greekment….
Innegable que esta guerra aún no ha terminado… E imprevisible, totalmente
imprevisible, si alguna vez haya que tomar las armas.
El
territorio devastado por la guerra económica de la sociedad griega, se ha
traducido en un malestar social y político insoportable para los ciudadanos de
este país, que aguardaban una de sus últimas esperanzas o reinventaron su
esperanza con el Gobierno de Tsipras. Si fueron los ciudadanos y los políticos
griegos ilusos o realistas, o las dos cosas a la vez es una respuesta que se
contestado en los últimos días. A partir de ahora, la ilusión puede
reconvertirse en ese resentimiento plúmbeo que se suma al rencor acumulado de
los años de crisis, donde la mentira explícita, el engaño y la impunidad
prevalecieron, sepultando así la dignidad de un pueblo entero bajo toneles de
papel ficticio. A partir de ahora, el realismo puede reconvertirse en cinismo
que se suma al cinismo acumulado en años de subyugación voluntaria, ceguera
despiadada y costra ideológica partidaria. Los micropartidos emergentes de
centroizquierda y centro derecha sabrían explotar estas sustancias de la
ciudadanía –la necesidad de la ilusión y el imperativo del realismo- y los
partidos nepotistas que históricamente han gobernado este país se unirían
empequeñecidos a aquellos micropartidos en ese taller insuperable de la
política que se llama populismo. Este sería el verdadero peligro de Grecia: no
el populismo per se, sino todo lo que provoca y produce.
Este país, a
mi juicio, necesita una nueva izquierda y nueva derecha. Una izquierda mejor
que SYRIZA y una nueva derecha totalmente diferente de Nueva Democracia. Una
nueva izquierda que supere el populismo pasokista de Papandreou, la verborrea
postmodernista e insípida de la Izquierda Democrática (DHMAR), que supere el
voluntarismo populista y el oportunismo táctico de Tsipras (SYRIZA). Necesita
una derecha que defienda un liberalismo que destierre la costra de subculturas
ideológicas y submundos familiares que fueron creados en la época de la guerra
civil y que cristalizó en el régimen Karamanlí. Un liberalismo europeo con
todas las de la ley, que sepa hablar de Estado de Derecho, libertades civiles y
construcción de proyectos empresariales realistas en una sociedad donde casi el
80% de la actividad empresarial depende de la propiedad privada o familiar.
Crear una
nueva izquierda y una nueva derecha en un espacio democrático multipartidista
implica un amplísimo y controlado nivel de movilización política por parte de
la sociedad, de sinceramiento político por parte de los profesionales de la
política, de exposición pública explícita de otras plataformas políticas que
hasta ahora no han podido respirar en el espacio político. Implica desarrollar
una nueva conciencia y legalidad para superar los obstáculos que ha creado el
ultraparcializado complejo massmediático griego, donde sólo hay un canal que
pertenece a la sociedad pública, y desde luego con una mentalidad ultraestatista.
Por cierto,
esta sociedad necesita crear espacios parlamentarios, políticos y públicos
totalmente diferentes, donde la ciudadanía y el Estado no se enfrenten como
enemigos irreconciliables, sino como cooperadores para el bien común.
Vanidad de
vanidades: la política en tiempos de guerra es la más pura vanidad y la veta
más inmoral del hombre, donde el argumento de la confianza no tiene ningún
lugar. El pueblo griego solamente puede tener esperanza y confianza de sí mismo
como sociedad organizada sobre la base de los valores, los criterios y los
modos con los cuales quisiera hacer renacer de las cenizas a una sociedad que
ha sido destrozada en los últimos años. Para esto hace falta generar capacidad
de diálogo y capacidad de acción en múltiples direcciones pero con un mismo
propósito: restaurar la dignidad perdida, generar una economía productiva,
crear modos de resistencia al hiper-consumismo irreflexivo y al despilfarro
estatista, pensar en términos de presente funcional, es decir mejorable, y de
futuro alcanzable. Al mismo tiempo dejar de pensar de manera patológica sobre
la base de ideologemas vacíos de contenido o de cromáticas entelequias que han
sido superadas con creces por la mismísima realidad desde hace mucho tiempo. Hablamos
de un diálogo que asuma riesgos, que construya puentes, los cuales fueron
destruidos por las miserias que compartimos humanamente, y los cuales pueden
reconstruirse en virtud de las esperanzas y propósitos que nos unen. Un diálogo
que sin dudas se hará más frágil, interrumpido una y mil veces por el peso de
la cotidianidad, la cual eventualmente se hace insoportable y nos obliga a girar
nuestro rostro sobre realidades imperiosas y puntuales. Pero el punto no radica
en que la cotidianidad densa de la vida humana fragilice este diálogo, sino que
al mismo tiempo es quien lo enriquece y lo fortalece.
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