7/14/2015

Letanía

En la guerra siempre hay vencedores y derrotados. Aun en el más sofisticado armisticio, siempre habrá un vencedor que marca el territorio y un derrotado que acepta las reglas del juego. Innegable que esta guerra sin armas «convencionales» se expresó en el campo combinado de la infantería massmediática transnacional, los tanques pesados de la instituciones de control económico y financiero que rigen todo el sistema de la economía global y los planos estratégicos de la política real, trazados en consecuencia, por los generales y sus lugartenientes de la «unidad europea». Innegable los múltiples movimientos de confrontación y réplica, de avance calculado y retirada, de agresión inmediata o mediata, de ganancia o pérdida de tiempo o territorio, de retroceso inesperado y efectos sorpresa, de claudicación y armisticio, de pactos donde los perdedores se exponen como víctimas y los vencedores como victimarios. Innegable que nos referimos a la crisis griega y, con ella, a la realidad europea: A la elección de SYRIZA, la derrota de Nueva Democracia, la autocondena al ostracismo de PASOK, a la concepción táctica del Tsipras y su gabinete, al hiperteatro mediático de los medios europeos, al referéndum, a las amenazas o tácticas de Grexit, a los mandarines de la Troika, al Greekment…. Innegable que esta guerra aún no ha terminado… E imprevisible, totalmente imprevisible, si alguna vez haya que tomar las armas.
El territorio devastado por la guerra económica de la sociedad griega, se ha traducido en un malestar social y político insoportable para los ciudadanos de este país, que aguardaban una de sus últimas esperanzas o reinventaron su esperanza con el Gobierno de Tsipras. Si fueron los ciudadanos y los políticos griegos ilusos o realistas, o las dos cosas a la vez es una respuesta que se contestado en los últimos días. A partir de ahora, la ilusión puede reconvertirse en ese resentimiento plúmbeo que se suma al rencor acumulado de los años de crisis, donde la mentira explícita, el engaño y la impunidad prevalecieron, sepultando así la dignidad de un pueblo entero bajo toneles de papel ficticio. A partir de ahora, el realismo puede reconvertirse en cinismo que se suma al cinismo acumulado en años de subyugación voluntaria, ceguera despiadada y costra ideológica partidaria. Los micropartidos emergentes de centroizquierda y centro derecha sabrían explotar estas sustancias de la ciudadanía –la necesidad de la ilusión y el imperativo del realismo- y los partidos nepotistas que históricamente han gobernado este país se unirían empequeñecidos a aquellos micropartidos en ese taller insuperable de la política que se llama populismo. Este sería el verdadero peligro de Grecia: no el populismo per se, sino todo lo que provoca y produce.
Este país, a mi juicio, necesita una nueva izquierda y nueva derecha. Una izquierda mejor que SYRIZA y una nueva derecha totalmente diferente de Nueva Democracia. Una nueva izquierda que supere el populismo pasokista de Papandreou, la verborrea postmodernista e insípida de la Izquierda Democrática (DHMAR), que supere el voluntarismo populista y el oportunismo táctico de Tsipras (SYRIZA). Necesita una derecha que defienda un liberalismo que destierre la costra de subculturas ideológicas y submundos familiares que fueron creados en la época de la guerra civil y que cristalizó en el régimen Karamanlí. Un liberalismo europeo con todas las de la ley, que sepa hablar de Estado de Derecho, libertades civiles y construcción de proyectos empresariales realistas en una sociedad donde casi el 80% de la actividad empresarial depende de la propiedad privada o familiar.
Crear una nueva izquierda y una nueva derecha en un espacio democrático multipartidista implica un amplísimo y controlado nivel de movilización política por parte de la sociedad, de sinceramiento político por parte de los profesionales de la política, de exposición pública explícita de otras plataformas políticas que hasta ahora no han podido respirar en el espacio político. Implica desarrollar una nueva conciencia y legalidad para superar los obstáculos que ha creado el ultraparcializado complejo massmediático griego, donde sólo hay un canal que pertenece a la sociedad pública, y desde luego con una mentalidad ultraestatista.  
Por cierto, esta sociedad necesita crear espacios parlamentarios, políticos y públicos totalmente diferentes, donde la ciudadanía y el Estado no se enfrenten como enemigos irreconciliables, sino como cooperadores para el bien común.
Vanidad de vanidades: la política en tiempos de guerra es la más pura vanidad y la veta más inmoral del hombre, donde el argumento de la confianza no tiene ningún lugar. El pueblo griego solamente puede tener esperanza y confianza de sí mismo como sociedad organizada sobre la base de los valores, los criterios y los modos con los cuales quisiera hacer renacer de las cenizas a una sociedad que ha sido destrozada en los últimos años. Para esto hace falta generar capacidad de diálogo y capacidad de acción en múltiples direcciones pero con un mismo propósito: restaurar la dignidad perdida, generar una economía productiva, crear modos de resistencia al hiper-consumismo irreflexivo y al despilfarro estatista, pensar en términos de presente funcional, es decir mejorable, y de futuro alcanzable. Al mismo tiempo dejar de pensar de manera patológica sobre la base de ideologemas vacíos de contenido o de cromáticas entelequias que han sido superadas con creces por la mismísima realidad desde hace mucho tiempo. Hablamos de un diálogo que asuma riesgos, que construya puentes, los cuales fueron destruidos por las miserias que compartimos humanamente, y los cuales pueden reconstruirse en virtud de las esperanzas y propósitos que nos unen. Un diálogo que sin dudas se hará más frágil, interrumpido una y mil veces por el peso de la cotidianidad, la cual eventualmente se hace insoportable y nos obliga a girar nuestro rostro sobre realidades imperiosas y puntuales. Pero el punto no radica en que la cotidianidad densa de la vida humana fragilice este diálogo, sino que al mismo tiempo es quien lo enriquece y lo fortalece.

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