Antítesis
Para quien no se conforma existe el peligro de que se tenga por mejor que
los demás y de que utilice su crítica de la sociedad como ideología al servicio
de su interés privado. Mientras trata
de hacer de su propia existencia una pálida imagen de la existencia recta
debiera tener siempre presente esa palidez y saber cuán poco tal imagen
representa la vida recta. Pero a esa conciencia se opone en él mismo la
fuerza de atracción del espíritu burgués. El que vive distanciado se halla tan
implicado como el afanoso; frente a éste no tiene otra ventaja que la
conciencia de su implicación y la suerte de la menuda libertad que supone ese
tener conocimiento. El distanciamiento del afán es un lujo que el propio afán
descarta. Precisamente por eso toda tentativa de sustraerse porta los rasgos de
lo negado. La frialdad que se tiene que mostrar no es distinta de la frialdad
burguesa. Incluso donde se protesta yace lo universal dominante oculto en el
principio monadológico. La observación de Proust de que las fotografías de los
abuelos de un duque y de un judío resultan a cierta distancia tan parecidas que
nadie piensa ya en una jerarquía de rangos sociales toca un hecho de un orden
mucho más general: objetivamente desaparecen tras la unidad de una época todas
aquellas diferencias que determinan la suerte e incluso la sustancia moral de
la existencia individual. [Reconocemos la decadencia de la cultura, y sin
embargo nuestra prosa, cuyo modelo fue la de Jacob Grimm o Bachofen, se asemeja
a la industria cultural en giros de los que no sospechamos. Por otra parte hace
ya tiempo que no conocemos el latín y el griego como Wolf o Kirchhoff.]
Señalamos el encaminamiento de la civilización hacia el analfabetismo y
desconocemos cómo escribir cartas o leer un texto de Jean Paul como debió
leerse en su tiempo. Nos produce horror
el embrutecimiento de la vida, mas la ausencia de toda moral objetivamente
vinculante nos arrastra progresivamente a formas de conducta, lenguajes y
valoraciones que en la medida de lo humano resultan bárbaras y, aun para el
crítico de la buena sociedad, carente de tacto. Con la disolución del
liberalismo, el principio propiamente burgués, el de la competencia, no ha
quedado superado, sino que de la objetividad del proceso social constituida por
los átomos semovientes en choque unos con otros ha pasado en cierto modo a la antropología.
El encadenamiento de la vida al proceso de la producción impone a cada cual de
forma humillante un aislamiento y una soledad que nos inclinamos a tener por
cosa de nuestra independiente elección. Es una vieja nota de la ideología
burguesa el que cada individuo se tenga dentro de su interés particular por
mejor que todos los demás al tiempo que, como comunidad de todos los clientes,
sienta por ellos mayor estima que por sí mismo. Desde la abdicación de la vieja
clase burguesa, su supervivencia en el espíritu de los intelectuales —los
últimos enemigos de los burgueses— y los últimos burgueses marchan juntos. Al
permitirse aún la medicación ante la nuda reproducción de la existencia se
comportan como privilegiados; mas al quedarse sólo en la meditación declaran la
nulidad de su privilegio. La existencia
privada que anhela parecerse a una existencia digna del hombre delata esa
nulidad al negarle todo parecido a una realización universal, cosa necesitada
hoy más que antes de reflexión independiente. No hay salida de esta trampa. Lo
único que responsablemente puede hacerse es prohibirse la utilización
ideológica de la propia existencia y, por lo demás, conformarse en lo privado
con un comportamiento no aparente ni pretencioso, porque como desde hace tiempo
reclama ya no la buena educación, pero si la vergüenza, en el infierno debe
dejársele al otro por lo menos el aire para respirar.
Minima moralia, Theodor Adorno