El triunfo del conformismo en nuestra época
¿Hay algo más inmediato para quienes creen vivir en una sociedad democrática, de lo que se pregunta en relación con el rol que desempeña la cultura dentro de la sociedad en la cual viven? ¿y específicamente en un período donde renunciamos sin más a esto que llamamos cultura?
Prácticamente los dos últimos siglos se soportan en que el rol específico de la cultura en una sociedad democrática –al contrario de lo que ocurría en las sociedades no- democráticas- se concentra en que la cultura es para todos y no está orientada sólo al servicio de una élite concreta. Esto significa que la cultura debe estar a disposición de todos, no sólo por derecho (cosa que no sucedía, por ejemplo, en el Egipto faraónico), sino también socialmente, es decir, con la idea de un acceso socialmente efectivo.
Examinemos claramente el período actual del mundo occidental, es decir, desde las grandes revoluciones de finales del siglo XVIII (democracia cuya principal característica es la mundanización y el distanciamiento del cristianismo) hasta aproximadamente la década del 50, sintomática fecha en la cual considero emerge una nueva situación.
Desde el punto de vista del creador podemos hablar sobre una intensa sensación de libertad y la sorprendente embriaguez que la acompaña. Embriaguez en lo que concierne a la exploración de nuevas formas y de la libertad para crearlas. Esta libertad está vinculada a un objetivo: es principalmente la búsqueda y la restauración de un sentido. O, mejor, el creador busca claramente una norma, un nuevo sentido. El arte moderno, aún cuando no satisface el “sentimiento popular”, es democrático y, por tanto, liberador.
Lo social, por su parte, participa con amplio poder, a saber por medio de las artes, en esta libertad. Sustancialmente se deja apoderar por el nuevo sentido de la obra de arte, y esto porque, más allá de la inercia, las dilaciones, las resistencias y las oposiciones, se trata de un mundo que acontece en el propio creador. La asunción de una gran obra de arte no es nunca –y no puede ser nunca- una simple y pasiva aceptación, sino que constituye una co-creación. Y las sociedades occidentales desde finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XX, produjeron auténticos creadores.
¿Hoy, tal vez, prevalece la misma situación? En cuanto concierne a la efectiva función social y el “poder popular” se ha convertido en refugio del poder económico, la racionalidad científica, la burocracia, los partidos políticos, del Estado y los medios de comunicación. En cuanto al propio individuo, se observa un nuevo reforzamiento sobre la cual recae un conformismo generalizado.
Creo que vivimos en la época más conformista de la historia contemporánea. Se dice que cada individuo es libre. Aunque en la realidad cada uno asume pasivamente el único sentido que las instituciones y la sociedad le sugieren y le imponen: al teleconsumismo, es decir, al falso consumo de la televisión como medio de comunicación.
Me detendré brevemente en el tema de la “satisfacción” del teleconsumidor contemporáneo. Contrariamente al espectador, el oyente o el lector de una obra de arte, esta concreta satisfacción contiene la peor transmutación. Se trata sobre la capacidad que es reemplazada por las vibraciones que incita la praxis del voyerismo, sobre una inseparable “satisfacción biológica”, la cual es acompañada por una extraordinaria pasividad. De cualquier modo la televisión se presenta, bueno o malo αφεαυτού, es recibida pasivamente en el marco de la inercia y del conformismo.
El triunfo del individualismo se traduce generalmente como triunfo de la democracia. Esta, sin embargo, no es y no puede ser nunca una idea vacía, de acuerdo con la cual los individuos “hacen lo que quieren”.
[1] Traducción del texto Ο θρίαμβος του σύγχρονου κομφορμισμού του Κορνηλίου Καστοριάδη, Τα Νέα, Ελλάδα.